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El poder de las palabras y su impacto en el cerebro

«Nuestro lenguaje forma nuestras vidas y hechiza nuestro pensamiento».
Albert Einstein

Es increíble el efecto que producen las cosas que decimos. La mayoría de las veces no nos damos cuenta de lo que decimos y mucho menos de las consecuencias.

Las palabras son un reflejo de nuestros pensamientos y sentimientos. Lo primero que nos ocurre es tener un pensamiento que puede ser bueno o malo, luego, si no cortamos ese pensamiento, se puede transformar en palabras y posteriormente en acciones. Por eso es importante inclusive revisar nuestros pensamientos porque allí comienza todo.

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Muchas veces lastimamos, ofendemos ó enredamos las cosas sólo con lo que decimos o dejamos de decir, por eso tenemos que pensar antes de hablar. Una vez alguien dijo: «Dios nos dio dos oídos y una sola boca, usémosla en esa misma proporción», es decir escuchemos más y hablemos menos.

Tratemos de construir al hablar y no destruir. Una recomendación que les doy es que confirmen si la otra persona está entendiendo exactamente lo que Ud. quiere decir. Muchas veces preguntamos: ¿entendiste? y la otra personas responde: si, eso no es suficiente, preguntémosle qué entendió y verifiquemos si es o no lo que queríamos decir, de esa manera se ahorra uno muchos malos entendidos. La comunicación no es nada fácil, por lo general hablamos muy rápido y no nos tomamos el tiempo para aclarar muchas cosas.

Las palabras encierran un poder que desconocemos pero que cada día se comprueba más y más, trabajan sobre nuestro cerebro constantemente enviándole información. Esta información genera en nosotros sentimientos, actitudes, pensamientos, etc. Si hablamos cosas positivas, es mayor la probabilidad de que sucedan cosas buenas, si hablamos cosas negativas, pues eso será lo que recibamos.

De ti depende si las usas para bien o para mal, tanto para ti como para los demás.

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Sus palabras tienen poder

Imagine que está parado en su cocina, sosteniendo un limón que acaba de sacar del refrigerador. Se siente frío en su mano. Observe su aspecto exterior, su cáscara amarillenta. Tiene un color amarillo ceroso, y la cáscara termina en dos pequeñas puntas verdes. Apriételo un poco y sienta su firmeza y su peso. Ahora llévese el limón a la nariz y huélalo. Nada huele como un limón, ¿no es así? Ahora parta el limón a la mitad y huélalo. El olor es más intenso. Ahora muérdalo y deje que el jugo se arremoline en su boca. Tampoco hay nada que tenga el sabor de un limón, ¿no es cierto? Al llegar a este punto, si ha usado bien su imaginación, se le habrá hecho agua la boca. Vamos a analizar las aplicaciones que tiene todo esto.

Palabras, «simples palabras», afectaron sus glándulas salivales. Las palabras ni siquiera reflejaron una realidad, sino algo que usted imaginó. Cuando leyó aquellas palabras acerca del limón le estaba diciendo a su cerebro que tenía un limón, aunque en realidad no hablaba en serio. Su cerebro lo tomó seriamente y le dijo a sus glándulas salivales: -Este tipo está mordiendo un limón.

Apúrense, enjuaguen la boca. Las glándulas obedecieron. La mayor parte de nosotros pensamos que las palabras que usamos reflejan significados y que lo que significan puede ser bueno o malo, cierto o falso, poderoso o débil. Esto es verdad, pero no es todo.

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Las palabras no solamente reflejan la realidad, sino que crean una realidad como el flujo de la saliva. El cerebro no es un intérprete perspicaz de nuestras intenciones; recibe información y la acumula, y como está a cargo de nuestro cuerpo, si le decimos algo como: «Ahora me estoy comiendo un limón», empieza a funcionar.

Ha llegado el momento para lo que en Control Mental llamamos «limpieza mental». No hay ejercicio alguno para esto, sino es simplemente la decisión de (tener cuidado con las palabras que usemos para activar nuestro cerebro,) El ejercicio del limón que llevamos al cabo era neutral: físicamente no nos aportó beneficio ni perjuicio.

Pero las palabras que empleamos a diario pueden provocar indistintamente beneficios o daños. Un gran número de niños juegan un jueguito a la hora de comer. Describen la comida que están ingiriendo en los términos más nauseabundos posibles: la mantequilla está hecha de insectos apachurrados, para elegir como ejemplo uno de los menos pintorescos que recuerdo. El objeto del juego consiste en fingir que uno no siente náuseas ante estas perspectivas nuevas sobre los alimentos, y empujar a otra persona más allá de su capacidad para fingir.

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Con frecuencia da resultado, y lo que sucede es que de pronto alguien pierde el apetito. Como adultos, con frecuencia caemos en este mismo juego. Apagamos nuestro apetito por la vida con palabras negativas y las palabras, al ir haciendo acopio de poder con la repetición, a su vez dan origen a vidas negativas. -¿Cómo estás? -Mmm, no me puedo quejar, o -No vale la pena quejarse, o -Ahí, regular. ¿De qué manera responde el cerebro ante estas actitudes deprimentes? Cuando «resulta un tormento lavar los trastes» o «Es un gran dolor de cabeza poner al corriente su talonario de cheques» o «Le enferma el clima que estamos padeciendo», esto me hace pensar que los proctólogos deben una gran parte de sus ingresos a las palabras que nosotros empleamos. Recuerde que el cerebro es un intérprete literal. Dice: -Este tipo está pidiendo un dolor de cabeza.

Muy bien, hay que darle un dolor de cabeza. Desde luego, cada vez que decimos que algo nos provoca dolor, no surge un dolor de inmediato. El estado natural del cuerpo es la buena salud, y todos sus procesos están adaptados para la salud. No obstante, si se aporrean sus defensas lo suficiente en forma verbal, acaba por producir las mismas enfermedades que le ordenamos. Dos cosas añaden poderla las palabras que utilizamos: nuestro nivel mental y el grado de participación emocional en lo que decimos.

Si decimos «¡Dios mío, eso duele!», con convicción, le ofrecemos una cálida hospitalidad al dolor. Si decimos «¡Aquí no consigo que se haga nada!», con vehemencia, la frase se convierte en una realidad que añade una validez efectiva al sentimiento. Control Mental ofrece defensas eficaces contra nuestros propios hábitos nocivos. (En Alfa y Theta nuestras palabras tienen un poder incrementado en forma increíble. En los capítulos anteriores usted ya vio cómo, mediante palabras sencillas, puede programar por anticipado sus sueños y transferir de las palabras a sus tres dedos el poder para llevarlos a Alfa.

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Yo jamás me reí de Emile Coué, aunque en estos tiempos sofisticados un gran número de personas lo hace. Él es famoso por una frase que hoy día hace reír con la misma certeza que la culminación ingeniosa de un chascarrillo: «Cada día, en todos sentidos, estoy mejor y mejor». ¡Estas palabras han curado a miles de personas de enfermedades verdaderamente graves! No constituyen un chascarrillo; yo las respeto y veo al doctor Coué con asombro y gratitud, porque he aprendido lecciones inapreciables de su libro Self-Mastery Through Auto-suggestion (Nueva York: Samuel Weiser, 1974). El doctor Coué fue químico durante casi treinta años en Troyes, Francia, lugar donde nació. Después de estudiar y experimentar con la hipnosis, elaboró una psicoterapia propia, basada en la autosugestión.

En 1910 abrió una clínica gratuita en Nancy, en donde trató con éxito a miles de pacientes, algunos con reumatismo, severos dolores de cabeza, asma, parálisis en una extremidad, otros con tartamudeos, llagas tuberculosas, tumores fibrosos y úlceras… una sorprendente variedad de padecimientos. Jamás curaba a nadie, decía que les enseñaba a curarse a sí mismos. No cabe la menor duda de que las curaciones ocurrieron (están perfectamente documentadas) pero el método Coué ha desaparecido casi por completo desde la muerte de él, en 1926.

Si este método hubiera sido tan complejo que únicamente unos cuantos especialistas pudieran aprender a practicarlo, puede ser que estuviera ampliamente difundido hoy día. Es un método sencillo. Cualquier persona lo puede aprender. Su esencia está en Control Mental. Existen dos principios fundamentales:

1. Únicamente podemos pensar en una cosa a la vez, y

2. Cuando nos concentramos en un pensamiento, el pensamiento «se convierte en realidad porque nuestro cuerpo lo transforma en acción.

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Por lo tanto, si usted desea activar los procesos de curación de su cuerpo, mismos que quizá estén obstaculizados por pensamientos negativos (conscientes o inconscientes), simplemente repita veinte veces consecutivas: «Cada día, en todos sentidos, estoy mejor y mejor» Haga esto dos veces al día y estará usando el método Coue. Como mis propias investigaciones han demostrado que el poder de las palabras se intensifica enormemente en los niveles meditativos, he hecho algunas adaptaciones de este método.

A nivel Alfa y Theta nosotros decimos: «Cada día, en todos sentidos, estoy mejor, mejor y mejor». Lo decimos tan solo una vez durante la sesión de meditación. También decimos (y esto igualmente es influencia del doctor Coué): «Los pensamientos negativos y las sugestiones negativas no tienen influencia alguna sobre mí en ningún nivel mental» «Estas dos oraciones solas han producido un número impresionante de resultados concretos. De particular interés es la experiencia de un soldado que de súbito fue enviado a Indochina, antes de que pudiera terminar más que el primer día del curso de Control Mental.

Él recordaba la manera de meditar y recordaba estas dos oraciones. Fue asignado a la unidad de un sargento alcohólico de carácter irritable, que escogió al recién llegado para hacerlo víctima especial de su abuso. Al cabo de unas cuantas semanas el soldado empezó a despertarse por la noche con accesos de tos, después con ataques de asma, que nunca antes había tenido. Un examen médico exhaustivo demostró que su salud era perfecta.

Entre tanto él se fatigaba cada día más; empezó a tener un desempeño deficiente en su trabajo y atrajo la atención todavía más desagradable por parte de su sargento. Otros integrantes de su unidad empezaron a recurrir a las drogas; él recurrió a Control Mental y a las oraciones mencionadas. Por fortuna tenía la oportunidad de meditar tres veces al día. -En tres días estaba completamente inmune al sargento.

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Hacía lo que me decía que hiciera, pero nada de lo que dijera podía afectarme. Al cabo de una semana dejé de toser y el asma desapareció. Si esto me lo hubiera dicho un graduado de Control Mental, me habría sentido complacido, como me siento siempre con las narraciones de éxitos, pero no muy impresionado.

Contamos con algunas técnicas más poderosas para la autocuración, mismas que le ayudaré a aprender en capítulos posteriores. Lo que convierte la experiencia de este hombre en un caso particularmente interesante es que él no conocía ninguna de estas técnicas, sino que usó solamente las dos afirmaciones que aprendió aquel primer día.

Las palabras son sorprendentemente poderosas incluso a niveles mentales mucho más profundos que los que usamos en Control Mental. Una enfermera anestesista (y conferencista de Control Mental) de Oklahoma, la señora Jean Mabrey, aplica este conocimiento para ayudar a sus pacientes. Tan pronto que se encuentran bajo los efectos de una anestesia profunda, ella murmura en sus oídos instrucciones que pueden acelerar su recuperación, y en algunos casos salvar su vida.

Durante una operación, cuando normalmente se esperaría una hemorragia abundante, el cirujano se mostró asombrado: apenas si había un hilillo de sangre. La señora Mabrey había murmurado: -Diga a su cuerpo que no sangre. Hizo esto antes de la primera incisión, y después aproximadamente cada diez minutos a lo largo de la operación. En el curso de otra intervención ella murmuró: -Cuando despierte, sentirá que todo el mundo en su vida la ama, y se amará a sí misma-.

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Esta paciente preocupaba en forma especial a su cirujano. Era una mujer tensa, que continuamente se quejaba y para ella cualquier dolor resultaba nefasto, actitud que podía entorpecer su recuperación. Más tarde, cuando despertó de los efectos de la anestesia, había una nueva expresión en su rostro, y tres meses después el cirujano le dijo a la señora Mabrey que esta paciente, que otrora fuera por demás nerviosa, estaba «trasformada».

Se había convertido en una persona relajada y optimista, y se recuperó rápidamente de su operación. El trabajo de la señora Mabrey ilustra tres cosas que nosotros enseñamos en Control Mental: Primero: las palabras tienen un poder especial en los niveles mentales profundos; segundo, la mente ejerce una autoridad mucho más firme sobre el cuerpo de la que se le atribuye; y tercero, , siempre estamos conscientes. ¿Cuántos padres de familia entran bruscamente en la habitación de un niño dormido, acomodan con rapidez las cobijas y se salen, cuando una pausa para decir unas cuantas palabras positivas y amorosas ayudarían a que el niño se sintiera más seguro y más tranquilo a lo largo del día? Son tantos los graduados de Control Mental que informan acerca de mejorías en su salud, en ocasiones antes de haber terminado siquiera el curso, que en una ocasión descubrí que me encontraba a punto de tener una dificultad con la profesión médica de mi ciudad natal.

Algunos pacientes decían a sus médicos que nosotros habíamos curado sus problemas de salud, y los médicos se quejaron ante el fiscal de distrito. Él realizó una investigación y averiguó que no estábamos practicando medicina, como temían los doctores. Por fortuna no es ilegal que Control Mental resulte benéfico para la salud, o de lo contrario la organización de Control Mental no existiría hoy día.

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Tanto las expresiones negativas como las positivas generan una reacción orgánica.

José Saramago, el fallecido premio Nobel de literatura, dijo en un discurso en el 2004 que las palabras no son ni inocentes ni impunes. «Hay que decirlas y pensarlas en forma consciente», puntualizó.

Así como este escritor aplicaba esa interpretación a la literatura y a la vida cotidiana, varios científicos y publicaciones han abordado el punto: el poder de las palabras y su impacto en el cerebro y, además, en la salud y el bienestar.

El pasado 14 de junio, en Estados Unidos, Mark Waldman y Andrew Newberg, psiquiatras y profesores de las universidades de California y Thomas Jefferson, lanzaron el libro Las palabras pueden cambiar tu cerebro, una reflexión sobre las cargas de las palabras negativas y positivas.

Una reseña del diario La Tercera, de Chile, explica la propuesta: cuando se escucha la palabra ‘no’ al comienzo de un diálogo, el cerebro empieza a liberar cortisol, la hormona del estrés y la que nos pone en alerta. Y cuando escuchamos un ‘sí’, se activa una liberación de dopamina, la hormona de la recompensa y el bienestar.

Leonardo Palacios, neurólogo y decano de la Facultad de Medicina de la Universidad del Rosario, asegura que toda expresión hablada, sea positiva o negativa, produce una descarga emocional desde el cerebro.

Una palabra negativa o insultante activa la amígdala, estructura del cerebro vinculada a las alertas, y genera una sensación de malestar, ansiedad o ira. Y es ahí cuando la persona -explica Palacios- tiene dos posibilidades: responder de una manera similar (incluso con una agresión física) o actuar con indiferencia, acudiendo a la razón.

Las palabras positivas o estimulantes son asimiladas por el hemisferio derecho del cerebro, que es el de las emociones. Por lo tanto, van a generar placer, sorpresa y alegría. Sin embargo, aclara Palacios, todo depende del tono, el volumen y el contexto. «Hasta la ofensa más horrible puede ser asimilada coloquialmente si se dice en tono suave».

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Comunicarse mejor

Ariel Alarcón Prada, psicoanalista y director del programa para la reducción del estrés de la Clínica de Marly, afirma que, antes que analizar las palabras, hay que revisar los procesos mentales y emocionales que las producen, pues aquellas son una consecuencia final.

La persona siente una emoción, la procesa internamente y luego escoge una palabra para denominar una emoción, y la comunica.

Y ese proceso -afirma Alarcón- es inconsciente.

Por eso, según él, pretender cambiar el lenguaje, «como si fuéramos grabadoras o loras, no funciona».

Y agrega que lo realmente importante es analizar el estado emocional de las personas y el porqué de la amargura o agresividad que las lleva a usar malas palabras. Es decir, tienen que buscar una reparación emocional para que puedan comunicarse mejor.

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Entrevista  ‘No hable de males’

El español Alejandro Cuéllar es una de las autoridades mundiales en programación neurolingüística (PNL). Plantea transformaciones en las personas a partir del uso del lenguaje y sus conexiones con el cerebro. Entrenador de personalidades de la política, el arte y el deporte, habló con EL TIEMPO sobre la influencia de las palabras en la salud. «Hay gente que dice: ‘No quiero estar enfermo’. Y aunque entienda eso como algo positivo, es en verdad negativo», subraya y sugiere decir en esa situación: «Quiero mejorarme» o «Quiero estar sano». «Es muy común que las personas enfermas se digan a sí mismas que están enfermas», comenta Cuéllar y recomienda a los pacientes, al margen de sus tratamientos, no hablar con los demás sobre lo mal que se sienten. «Y si lo hacen, que digan, mejor, que están en recuperación», advierte.

Cambie su lenguaje

Comience por erradicar palabras negativas.

Elimine la autocrítica y la crítica a los demás.

No utilice malas palabras (groserías).

Adquiera el hábito de la gratitud.

Al levantarse, celebre un nuevo día, y al acostarse celebre que está sano.

El gran poder de la palabra

Un anciano maestro oriental se encontraba de visita en la casa de una humilde familia recitando una especie de plegaria por la mejoría de un niño gravemente enfermo. Los padres del niño, angustiados, observaban la escena a los pies de la cama esperanzados en que las oraciones del maestro tuvieran efecto positivo en la criatura. ¡Esperaban un milagro! Un poco más allá otro miembro de la familia miraba la escena con recelo. “¡Cuentos de este viejo vendedor de ilusiones! −se decía a sí mismo sin poder ocultar un profundo desdén por el anciano−. Las palabras nada pueden contra las enfermedades del cuerpo…”.

Hablar

Cuando el maestro curandero finalizó su oración el incrédulo se le acercó y le dijo al oído en tono ofensivo: “Dígales la verdad a los padres. Unas palabras no van a curar a este niño, no los engañe”. El maestro, de improviso, giró sobre sus talones y le contestó con rudeza insultándolo y diciéndole a voz en cuello que no se metiera en el asunto. El maltrato verbal del iracundo anciano sorprendió muchísimo al hombre pues es de público conocimiento que los maestros orientales nunca se alteran. El hombre se sonrojó y paralizó de inmediato, comenzando a resoplar y a sudar profusamente. Entonces el maestro lo miró con amor y le dijo: “Hijo, si unas simples palabras tienen el poder de cambiar la coloración de tu rostro, alterarte y hacerte sudar en abundancia, te pregunto… ¿por qué no pueden tener el poder de curar?”.

No recuerdo bien quien dijo una vez: “El poder de la palabra mal intencionada tiene la propiedad de herir más profundamente que una espada bien afilada”. Esto es absolutamente cierto en los equipos de proyectos. Imaginemos a una persona que echa veneno en el cauce del río desde donde extrae el agua que bebe y que utiliza para regar sus cultivos, y del cual se abastece la comunidad en que vive. Diríamos que se trata sin duda de un loco de remate (otros dirán, un terrorista). Pero esta clase de conductas se ve con frecuencia en las organizaciones y en los equipos de proyectos. Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando hablamos mal de un compañero de trabajo que no se encuentra presente. Con eso envenenamos la cultura organizacional generando desconfianza y desunión en los equipos. El resultado de ello es la desmotivación, el fastidio, la mala disposición de los unos con los otros, etc. En todo colectivo humano ocurren estas cosas, también en las empresas.

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Expresiones típicas de estos “terroristas” de las relaciones humanas son: “Yo sabía que no se la podía”, “Fulano no tiene dedos para el piano”, “es un inepto”, o “seguro que Sutana se ganó el puesto acostándose con el jefe”, etc. Para qué seguir. ¿Suena conocido todo esto? Claro que sí. Estamos inmersos en ello todo el tiempo.

¿Qué detona este tipo de conducta? ¿Cuál es la causa psicológica del terrorismo verbal que se da naturalmente en los colectivos humanos? Es simple, el ego. La falta de autoconfianza en nuestras propias capacidades y virtudes nos hace querer destacar sobre el resto pisoteándolos. Punto. Basta imaginarse un grupo de reses intentando atravesar un río caudaloso. Podemos recurrir para estos efectos a la más que conocida imagen de la gran migración de los Ñus sobre el río Mara, en el Serengueti. Vemos cómo ante la terrible amenaza de los cocodrilos los animales se apresuran en atravesar lo más rápido que puedan las aguas turbias pisoteándose unos a otros. Por cierto, en las empresas los “cocodrilos” podrían ser los jefes, siempre dispuestos a sancionar a los elementos poco productivos. Así las cosas, se impone la premura por “llegar al otro lado” (en otras palabras, “hacer la pega”) a cualquier costo, aunque sea pisoteando a los compañeros de trabajo.

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Cada vez que nos referimos de manera descalificadora a algún miembro del equipo lo que estamos haciendo es elevar nuestro ego por medio del desprecio a esa persona en particular. Esto nos lleva obviamente a perder la coordinación, pues decimos, por ejemplo, que con Fulano no se puede hacer nada o que no es digno de confianza… mientras que Fulano, que no sabe nada de nuestro comentario y sus secuelas, sigue “haciendo cosas”.

Hablar  a espaldas de las personas genera bandos que se dividen −en la irreductible subjetividad de nuestros juicios− en “buenos” y “malos”. En ese clima la desconfianza se instala en medio del grupo envenenando el clima relacional y generando suspicacias, lealtades divididas, miedo, incertidumbre, hostilidad. Con lo anterior surgen con facilidad los saboteadores que no se sienten identificados con la empresa o se sienten derechamente amenazados, desplazados, mirados en menos, etc. El resultado: la organización se hace más ineficiente, lenta, burocrática, poco operativa. En consecuencia, disminuye la capacidad de respuesta ante la competencia y/o las nuevas realidades del mercado. En suma, todo negro. Es el blackout de las empresas, la bancarrota de la inteligencia, del talento, de la eficiencia individual y colectiva.

Por eso se agradece tanto cuando uno llega a una empresa u organización donde quienes detentan el liderazgo se han hecho cargo de poner coto a estos actos de auto sabotaje que perpetramos los seres humanos con tanta recurrencia.

Aqui damos a conocer un par de reglas generales a este respecto que siempre funcionan (recalcamos esto: SIEMPRE):

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  1. La regla de las cartas abiertas: “NADIE PUEDE DECIR NADA DE OTRA PERSONA SI ESA PERSONA NO LO HA ESCUCHADO PRIMERO O NO ESTÁ PRESENTE”. Es increíble el tiempo productivo que se gana y la energía que se ahorra cuando las personas dejan de conversar a espaldas de sus compañeros. Pero si llegase a ocurrir… no diga nada en ese momento. Es necesario recordar que el ego es el motor en esta situación. Si usted le muestra el error inmediatamente al que lo comete es posible que lo niegue y el ego haga explotar su ira. Hay que recordar siempre que el ego de las personas es un terreno peligroso, campo minado. Es necesario dejar pasar algunas horas antes de hacer presente el incidente; en otras palabras, dejar que se aquieten las aguas. De este modo el “infractor” estará más dispuesto a escuchar y cambiar su conducta.
  1. Dar el ejemplo: La “regla de las cartas abiertas” sólo funciona si usted, como líder, da el ejemplo. Obviamente no es algo sencillo de lograr. En el Oriente los maestros yoguis tienen la costumbre de enrollar su lengua dentro de la boca. Así, para hablar, tienen que desenrollarla primero, lo que les da tiempo para pensar lo que van a decir.

Hay que hacer como los yoguis. Hemos de ser “burocráticos” en extremo en nuestro interior con las palabras que vamos a pronunciar. Antes de salir por nuestra boca éstas han de ser “visadas” por el corazón (sentimientos) y el cerebro (inteligencia). Sobre todo en entornos de mucho estrés, las palabras que salen de nuestro interior sin cumplir con este “trámite” elemental suelen tener el poder de una granada de mano.

Usar el don de las palabras para construir y no para destruir en los equipos de proyectos es fundamental para crear entornos laborales positivos. Una actitud “limpia” en este sentido –defair play en suma− va a optimizar el clima organizacional beneficiando el resultado final del proyecto asegurando con ello el cumplimiento de sus metas. Y, no menos importante, nos va a ayudar a mantener nuestra propia paz interior.

Las palabras se someten a cada instante al filtro de nuestros pensamientos, pensamos, identificamos e intuimos y buscamos racionalmente darle forma a nuestras ideas a través de la palabra.

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Se habla permanentemente de todo tipo de poderes: del poder de la política, de la tecnología, del armamento militar de tal o cual país. Incluso, se habla del poder de la prensa, a la que el estadista inglés Edmund Burke definió, justamente, como el “cuarto poder”, detrás de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial de las democracias occidentales. Y todavía se pude hablar de más poderes: el poder de la espiritualidad, el poder de la imaginación humana –que no tiene límites- y hasta el poder de la naturaleza.

Sin embargo, hay un poder que sobrepasa a todos estos: el poder de la palabra. Todas las acciones humanas, desde la articulación del pensamiento, su cultura, sus quehaceres diarios, etc, están entrelazados y sustentados en solo 28 signos que representan un alfabeto que, a su vez, es capaz de representar en sonidos, absolutamente, toda la realidad humana, todo lo que le rodea, todo lo que lo hace ser un ser pensante; el único ser que se da cuenta de que se da cuenta.

Lo primero que hacemos frente a la realidad desconocida es nombrarla, bautizarla, lo que ignoramos no lo podemos nombrar. Aún así parafraseamos y asignamos palabras a lo nuevo y desconocido. Códigos y jergas se inmiscuyen en nuestro lenguaje.

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Todo aprendizaje comienza como enseñanza de los verdaderos nombres de las cosas-o así lo hemos creído- y termina con la revelación de la palabra, piedra angular donde se soporta todo el saber, y desnuda nuestra ignorancia. Aún el silencio dice algo, pues trae consigo signos que revelan y expresan . Es de esta forma que nos damos cuenta que no podemos huir del lenguaje, siempre comunicamos, incluso en estados de inconciencia, estamos atrapados por el poder del lenguaje. Por el poder de las palabras que son la cristalización de los pensamientos.

Las palabras para el hombre oral eran poderosas, estas podían herir como flecha o lanza, se pensaba en ellas como eventos, como en algo verídico que sucedía, se creía en dicho poder, simplemente porque las palabras venían de hombres libres e impredecibles y tenían impreso ese potencial impredecible. Para muchos después de Gutemberg las palabras reposaban pasivamente sobre hojas y páginas, esperando a que alguien les diera vida y realidad.

Ese código compartido por cada humanidad lingüística es la que posibilita la comunicación. Las palabras no viven fuera de nosotros, nosotros somos su mundo y ellas el nuestro.

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Palabras y cultura

La conducta del hombre al hablar responde a ciertas necesidades de las apetencias humanas, es así que la palabra soporta al ser humano en cuatro parámetros fundamentales:

Contribuye a que se conozca a sí mismo, a que encuentre placer, a que investigue su entorno y a que pueda comunicarse con los demás.

Otros enfatizan en el papel preponderante de la palabra como trasmisor de cultura. Asignan al curso de las culturas y civilizaciones la influencia del habla como llave que abre la puerta a todo nuestro legado.

La misma condición humana ha condicionado a través de las palabras, la manera como los hombres se relacionan entre sí.

Y aunque para muchos, las palabras sean solo eso: palabras, la manera como se ordenan y se dicen, también marca y determina la diferencia. Se atañe el poder de la palabra, no al código en sí, sino al sentido, la carga y todos los aderezos que la acompañan al ser articuladas.

Independientemente de que sea justo o no, se nos juzga por la forma en que hablamos. “Saber Hablar” se convierte en un recurso estratégico correlacionado con la riqueza, el prestigio, el poder y el conocimiento.

Sin la palabra no seríamos nada. Parece obvio, pero con el desarrollo del lenguaje, allá en los tiempos que separan a la historia del más remoto pasado, los seres humanos descubrieron el verdadero poder, el que nos ha hecho la especie más poderosa –y más peligrosa- de este frágil planeta que compartimos con cierta irresponsabilidad.

Es tan poderosa la palabra que en algunas culturas orientales y del medio oriente, se decía que ella había sido entregada a los hombres por los dioses, y que era potestad de ellos. Los Sumerios aseguraban que el Dios Marduk, el más importante del panteón antiguo en la Mesopotamia, se había compadecido con esos seres que había inventado y que no podían comunicarse. Entonces les entregó la palabra, les enseñó a hablar…

En el génesis, por ejemplo, tras la expulsión de Adán y de Eva del paraíso, Dios le quitó a los animales la capacidad que tenían para comunicarse con los hombres. Porque hasta antes del pecado todas las especies podían comunicarse. Sin olvidar que en castigo por querer construir una torre que alcanzara los cielos, Dios castigó al hombre con la confusión de las lenguas. Y desde entonces intentamos comunicarnos a través de una maraña de signos y símbolos que nos hacen, otra vez lo obvio, seres humanos.

¡Quién no ha quedado fascinado y sorprendido con los gracejos de los culebreros paisas, que confunden con ese manejo tan fascinante y castizo de la palabra, que nos obliga a comprar, como si fueran las mejores gangas, aquellas baratijas innecesarias y aquellas chucherías de bolsillo que se deshacen al primer momento.

La palabra lo es todo: es como un túnel o una máquina del tiempo, que nos permite reconstruir, con la minuciosidad del relojero, y con la paciencia del artista; el pasado, el presente y el futuro.

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El maltrato a la palabra

Sin duda alguna a diario atropellamos y somos atropellados por las palabras, esas mismas que vienen de hombres libres e impredecibles, y que se presentan ante nosotros como realidad y verdad. Y aunque ya no se dé ni la mitad del crédito del que gozaba antes, éstas nunca pueden pasar inadvertidas. No dejarán de hacerlo aunque por años nos sigamos preguntando ¿Por qué seguimos utilizando mal la palabra?

Siendo conscientes del daño que puede causar pronunciar una sola de ellas, acudimos a éstas de manera instintiva como seres humanos, para construir o destruir. Pero lejos de esta afirmación maniquea, este poder ostentado por siglos encarnado en hombres y mujeres que han hecho historia por el rumbo que causaron sus palabras y actos no resulta en vano.

Algunos han preferido trascender en el mundo por la elocuencia, otros por la integridad en su uso, o en su exagerada pulcritud al usarla.

También por traspasar los límites que la misma permite, haciendo un uso indiscriminado de este don. Y aunque se exhiba como un trofeo, ¿quiénes ostentan el título de tratar peor su propia lengua? Esto más que ser un escarnio, es una realidad inevitable.

Es indiscutible que la infinidad de recursos, estrategias y posibilidades que ofrece el uso de la palabra exceden en demasía cualquier otra forma de expresión. Y lo que para unos es una simple “representación gráfica de los sonidos” para otros sigue siendo el más importante elemento de comunicación. Las palabras tienen primacía sobre otras formas de comunicación, las palabras escritas parecen marcas superficiales sobre el papel en espera del sentido y realidad que adquieren cuando se verbalizan.

Será por ello que frente a su importancia, la palabra sigue siendo impotentemente maltratada. Sigue siendo esta hermosa herramienta propia de los seres humanos: con la que razonamos, trascendemos, sentimos y destruimos. Esta que nos ha sido dada como una extensión más de nosotros mismos, la cual nos permite comunicarnos y en muchas circunstancias utilizarla. Palabra, pensamiento y acción, aspectos íntimamente ligados a nuestro ser. Pero ante todo palabra.

Fuentes: Ignacio Orrego, Doria Constanza Lizcano, Alejandro Cuéllar. Jose Silva, Ing. Ricardo E. González O.